domingo, 26 de octubre de 2008

2ª EDICIÓN: UN LUNES, UN CUENTO(2)


EL GALLO, ELEFANTE Y EL TRONCO
Una historia africana, que procede de Ruanda, cuenta que un día algunas criaturas empezaron a quejarse.
Primero se oyeron las recriminaciones del gallo, que decía:
-Yo, que regulo el tiempo de los pueblos, de los hombres, de las mujeres e incluso del rey, yo, que todas las mañanas llamo al sol, yo, que soy el gran organizador y amo del tiempo, ¿cómo es posible que pase las noches encaramado en un árbol incluso cuando hay tormenta, mientras que las cabras duermen bajo techado? Y ¿cómo es posible, cuando intento recuperar mis fuerzas picoteando los granos de sorgo que brotan en el campo, que el hombre, que la mujer, que el niño, que todo el mundo me tire piedras?
El gallo profundamente irritado, se puso en camino para quejarse al gran dios Imana. Durante el viaje, se encontró con el elefante y le transmitió sus quejas.
El elefante se quejó a su vez, diciendo:
-¡Mírame! ¿Cómo puede ser que yo, el animal más fuerte, con un porte tan noble, tan bien proporcionado, cómo puede ser que sólo pueda tener un hijo a la vez? ¿Te parece normal que la gallina, cuando tú le das una progenie, engendre hasta veinte o veinticinco pollitos? ¿Qué una gata alumbre a cinco, o seis, o incluso seis gatitos? ¿te parece aceptable que la cabra, que es infinitamente menos bella y menos fuerte que yo, dé a luz a dos, a tres cabritillas? ¿Y que yo no pueda engendrar más que un elefantito cada vez? Espera, me preparo y voy contigo.
Ya en marcha, vieron un tronco de árbol a un lado del camino, y el tronco les preguntó el motivo de su viaje, porque era raro ver un gallo y un elefante viajando juntos.
Una vez más, los dos animales explicaron las razones de sus quejas.
Y el tronco se lamentó a su vez, diciendo:
-Miradme. Me paso la vida al borde de este camino, un sitio sin ningún interés. No pido comida a nadie, ni agua. Me contento con la lluvia que cae del cielo y no le pido a nadie que me pode, que me dé lustre. Cuando pasa un hombre, me da una patada. Cuando pasa una mujer, me da un golpe con su herramienta y me parte por la mitad. Cuando pasa un niño, hace lo mismo, me despelleja, o me golpea con una piedra. ¿Qué falta he cometido para que se me trate de tal forma? Esperadme, voy con vosotros, porque yo también tengo que quejarme a Imana.
Llegados a la presencia del dios, le expusieron detenidamente los motivos de su descontento y le dijeron por qué se sentían injustamente tratados.
Imana tomó tres decisiones. Volvió a enviar al tronco a su sitio y le dijo que volvería a llamarlo. Colocó al elefante en un almacén donde se guardaban alimentos para toda la población. En cuanto al gallo, le dio una confortable habitación y criadas para que le prepararan la cama.
El elefante, apenas instalado en el almacén, hambriento por el viaje, se abalanzó sobre los alimentos. En dos días se zampó toda la comida. Al tercer día, al cuarto día, ya no tenía qué comer. Imana le dijo:
-Mira. Ya te lo has comido todo. ¿Y tú querrías tener dos retoños en lugar de uno? ¿Dónde encontrarías un bosque para tu apetito? ¿No ves que tu raza desaparecería? El que sólo tengas un hijo es un favor, para que tu raza se perpetúe. Espero que lo hayas comprendido. Vete.
El elefante regresó a su bosque.
Imana le dio un cesto a uno de sus sirvientes y le dijo:
-Vas a ira los pies del tronco, y vas a recoger cuidadosamente todos los trozos de uñas y de piel, incluso los más pequeños, que él arranca a la gente que pasa.
El sirviente se quedó el tiempo necesario junto al tronco y volvió junto a Imana con un cesto casi lleno. Imana hizo llamar al tronco y le dijo con severidad:
-Te quejas de las patadas que recibes cuando la gente pasa, como si te las diesen con intención de herirte. Pero ¿y tú? ¿Acaso no arrancas las uñas de los humanos y de los animales cuando te tocan? ¿Y trozos de su piel? ¿Acaso no les despellejas sin piedad? Vete.
El tronco, sin protestar, regresó a su camino.
En cuanto al gallo, desde la primera noche, cuidadosamente mimado en su cama, perdió toda noción del tiempo y no supo ya si era de día o de noche, y se olvidó de despertarse y de despertar a los demás.
Imana hizo que lo llevaran a su presencia. Y éstas fueron las severas palabras que le dijo al gallo:
-Te hice preparar una confortable cama, ¡y no has salido de ella durante semanas! ¡Tú, que tienes como cometido anunciar a la naturaleza la aparición de un nuevo día, no has cantado ni una sola vez! ¡Me han dicho que has dejado tus excrementos en tu cama, y alrededor de ella! ¿No te da vergüenza? ¡Eres demasiado sucio para vivir en compañía de otros! ¡Vuelve a subir a tu árbol! ¡Afronta la tormenta que estalla en la noche! ¡Y no vuelvas aquí nunca más con tus quejas o te haré asar para regocijo de mis sirvientes!
El gallo, aterrorizado, se fue a toda prisa y volvió a su rama del árbol, atento al curso del sol.
Un gran número de criaturas, que deseaban seguir el ejemplo del gallo, del elefante y del tronco, prefirieron no presentar sus quejas.

Jean-Claude Carrière, El círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero, LUMEN, Barcelona, 2001.

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