lunes, 17 de noviembre de 2008

UN LUNES, UN CUENTO (7)


LAS TRES SILLAS

Un padre tenía tres hijos. El mayor era bastante listo, el mediano lo era algo, y sólo el pequeño había salido simplón.
Un día el padre llamó a los tres hijos y les dijo:
-He cuidado de vosotros durante mucho tiempo. Ahora quiero un regalo. Salid al mundo y buscadlo. Al que me traiga el regalo más hermoso le confiaré la casa y el patio.
El mayor se levantó de inmediato. Metió un par de cosas en un hato, algo de ropa y algo de comida, y abandonó la casa. El mediano hizo lo mismo. El pequeño, por el contrario, se quedó sentado. Le gustaba vivir con su padre y le daba miedo lo desconocido. Unos días más tarde, por fin, se fue.
Pasados tres años, el mayor regresó a casa. Había estado fuera en el mundo, en Milán o aún más lejos. También regresó el mediano. Venía de Oslo o de más lejos.
-¿Qué me habéis traído? –preguntó el padre.
El regalo del mayor era una silla especial. El que se sentaba en ella salía expulsado por el techo o por la ventana. También el mediano había traído una silla especial. El que se sentaba en ella se quedaba pegado y no podía levantarse.
El padre se alegró de ambos regalos.
-Las dos sillas me gustan por igual –dijo-. Así que compartiréis mi herencia y viviréis juntos en mi casa.
Entonces regresó también el pequeño. En su viaje no había ido más allá del pueblo de al lado, donde había encontrado trabajo al servicio de un carpintero.
-¿Qué me traes tú? –preguntó el padre.
Y el hijo contestó:
-Te he traído una silla.
Y colocó una silla normal ante él.
-¿Y bien? –preguntó el padre.
-Puedes sentarte en ella cuando quieras –dijo el pequeño.
El padre se echó a reír.
-¿Y para esto has tardado tres años?
-Sí –dijo el pequeño.
Los dos hijos mayores se quedaron a vivir juntos en la casa del padre. Se casaron y tuvieron hijos. El pequeño regresó al pueblo de al lado, ya que quería a la hija del carpintero. El padre se mudó y alquiló un piso.
Tenía muchos conocidos y recibía muchas visitas. Si venía a verle alguien que no le caía bien, le ofrecía la silla del mayor y abría la ventana. En cuanto el visitante se sentaba, salía disparado e iba a parar a la calle. La silla del hijo mediano la utilizaba para los invitados que le caían especialmente bien, a los que quería tener junto a él mucho rato. Si uno de estos invitados se sentaba, tenía que quedarse. Al final dejaba el pantaló o la falda pegada a la silla y huía en ropa interior. En poco tiempo dejo de recibir visitas.
Mientras tanto, las familias del hijo mayor y del hijo mediano se habían peleado. Además contrajeron deudas. El padre estaba arruinado. Ya no tenía más que la silla del pequeño para sentarse. Una tarde de invierno en que hacía mucho frío quemó las otras dos sillas. La chimenea crujía y olía mal, pero no se calentaba.
El resto de la historia es fácil de adivinar. Naturalmente, el hijo pequeño se casó con la hija del carpintero y se hizo cargo de la carpintería. Como sus hermanos necesitaban dinero para pagar las deudas, le vendieron las propiedades del padre. Se mudó con su familia y acogió al anciano padre. El padre estimó entonces a su hijo pequeño y tuvo en mucho aprecio la silla normal.

JÜRG SCHUBIGER, Cuando el mundo era joven todavía, ANAYA, 2003.

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