domingo, 23 de noviembre de 2008

UN LUNES, UN CUENTO (8)


LA VERDADERA CIENCIA
En una historia árabe clásica el maestro es un humilde herrero.
En una ciudad donde se enseñaban todas las ciencias vivía un joven estudiante, animado por un incesante deseo de perfección. Un día supo, por el relato de un viajero, que existía en un lejano país un hombre incomparable, que poseía todas las virtudes de los siglos de los siglos. Ese hombre, a pesar de su ciencia, ejercía de herrero, como antes lo habían hecho su padre y el padre de su padre.
El joven, en cuanto oyó hablar de aquella maravilla de sabiduría, cogió sus sandalias, cogió sus bártulos, y se fue. Tras meses de viaje y fatigas, llegó a la ciudad del herrero, se presentó ante él, besó los faldones de su ropa y se mantuvo en una actitud deferente. El herrero, un nombre mayor, le preguntó:
-¿Qué deseas?
-Aprender la ciencia –contestó el joven.
Entonces el herrero le colocó entre las manos la cuerda del fuelle y le pidió que tirase de ella. El joven tiró de la cuerda del fuelle hasta que se puso el sol. A la mañana siguiente, hizo lo mismo, y los días que siguieron, y los meses que siguieron. Trabajó así durante un año sin que nadie le dirigiese una sola palabra.
Y así pasaron cinco años. Finalmente, un día, el joven que tiraba de la cuerda le dijo al herrero:
-Maestro…
En la herrería todo se detuvo. Los otros trabajadores parecían expectantes. En el silencio que siguió, el herrero le dijo al joven:
-¿Qué quieres?
-Quiero la ciencia, maestro…
Y el herrero contestó:
-Tira de la cuerda.
Pasaron otros cinco años en aquel duro y silencioso trabajo. Nadie hablaba. Si un discípulo deseaba preguntarle algo al maestro, escribía la pregunta en un trozo de papel. El maestro, a veces, arrojaba el papel al fuego, lo que significaba que la cuestión era baladí. A veces enrollaba el papel e un pliegue de su turbante, y al día siguiente el discípulo encontraba la respuesta escrita con letras de oro en el muro de su celda.
Al término de los diez años, el viejo herrero se acercó al tirador de la cuerda y le tocó el hombro. Él, que había ido para aprender la sabiduría –y que había aprendido la paciencia-, dejó de tirar de la cuerda. Sintió una gran alegría en su interior. El viejo herrero lo abrazó y dejó que se marchase.
El joven, ya hecho hombre, volvió a su casa, se encontró con sus amigos. Y durante el resto de su existencia, vivió en tranquila lucidez.

CARRIÈRE, J.C., El círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero, LUMEN, Barcelona, 2001.

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